Eran las 4 de la tarde y hacía muchísmo calor, el termómetro marcaba 37º C. Despúes de doblar en Thiers a la derecha, aquello ya era Polanco. El calor era insoportable y parecía que la ciudad se iba a derretir en plena tarde de abril.
Vale había estado esperando verlo de nuevo y por fin lo tenía ahí sentado en su auto platicando puras pendejadas. Decidieron dejar el auto sobre Julio Verne y caminar hasta el Auditorio Nacional para abordar el Turibus.
Lilo, una amiga de Vale, odia el Turibus. Cada vez que lo ve, le mienta la madre a la gente que va en él y Vale pensaba en que ojalá Lilo pasara justo por donde ella para ver tal espectáculo. Pero no, eso no pasó.
El Turibus recorrió varias colonias. Vale jamás había visto a la cuidad más grande del mundo desde esa perspectiva y se imaginaba cómo un par de amigos suyos le habían contado que se habían fuamdo un churro y se habían subido al Turibus a reírse absolutamente de todo. La Roma, La Condesa, La Juárez, todas las colonias por las que Vale había pasado una y otra vez súbitamente se veían diferente. Adam venía a su lado, entre que la abrazaba y no, comentando el punto y sacando fotos.
Después la cola como de ocho mil personas para entrar al museo nómada, los danzantes y los punks agrediendodo a un grupo de fresas; ellos por fin llegaron a Campos Elíseos y Arquimides. Nuevamente caminaron hacia el auto. Vale se moría de hambre, pero eso no era ninguna novedad, ella siempre tiene hambre. Adam con la seriedad que lo caracteriza, sólo dijo que él no tenía hambre y claro, era lógico pues a medio día se había comido como 6 tacos de barbacoa. Por fin llegaron al departamento.
Vale sentía que traía un polvorín en la cara. Acordaron en que dormirían una siesta y ella se recostó en el futón donde él está durmiendo ahora.
De pronto Adam apagó la lamparita y colocó sus piernas sobre las de Vale y entonces se sentía una especia de calor en el ambiente. El la jaló hacía su pecho y de pronto ya se estaban besando.
Besos largos, sin respiro, apretados y entre suspiros. Besos en la cara, en los ojos en las mejillas, en el cuello. De pronto las manos empezaron a recorrer los cuerpos con delicadeza. Hacía mucho calor, Vale estaba sudando y entonces se desprendió un ligero olor a perfume. Adam de un sólo moviento le arrancó la blusa dejando sus pequeños pechos al descubierto.
De pronto todo subió de intensidad. Los besos, las lenguas que se tocaban y él lamía todo el cuerpo de Valentina sin parar. Valentina con una mirada le anunció que iba a pasar quizá lo que él estaba esperando, y así sin pensarlo le abrió el pantalón dándo paso a la inmensa anatomía de este hombre templado. Valentina siguió el camino marcado de su abdomen y continuó sin parar a su destino. Una y otra vez. Los besos siguieron entre tirones de pelo y largos lengüetazos. Piernas entrelazadas, abrazos y gemidos. Y entonces pasó eso, ese conjunto de cosas que hacen lo que hacen el amor.
Se transformaron los rostros, la respiración se hizo corta y de pronto vino la calma de nuevo. Vale y Adam yacieron ahí, en el futón blanco. Abrazados sin decir nada. Y es que hay veces en las que nada es todo.
Todo fue en una tarde de abril y de calor y en México para estar y para ser.
2 comentarios:
¡Gretzky! Qué bueno que por fin lo hiciste, o al menos "semi-hiciste" (jeje) ese pendiente que tenías por ahí.
Síguele, es el principio de la culminación de algo choncho.
También me gustaría escupirles a los del Metrobús pero me caería mi escupitajo en la cara jajaja. Muy buenas atmósferas, amé tu relato.
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